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Super Man
versus
Padre Pío
    ¡Hola gente! Soy el Espíritu Santo y les escribo por mano de un escribano que recogí por allí, y al cual he donado una cándida pluma {Así que yo tengo que cuidarme de no escribir macanas satíricas, esta vez; si bien las malas lenguas ya habrán dicho: “Mira éste, ahora se cree Dios” - N. del R.}. Podría haberles hablado de San Francisco de Asís y de cómo amansamos un lobo feroz y asesino, que atemorizaba los habitantes de la ciudad de Gubbio, y los transformamos en una mascota para el resto de su vida; hasta lloraron su muerte. Pero algunos de ustedes opinarían que son cuentos de hadas del medioevo, así que escogí un santo más reciente, proponiendo una divertida confrontación con un modelo de ídolo del mundo moderno (en inglés, Super Man, quiere decir “super hombre”).
   Ya sé, Superman es un héroe de las historietas, dirán ustedes, mientras que Padre Pío existió realmente -y sigue existiendo en el Cielo- pero en esta ficción comparamos un superhombre {...yanqui} con un humilde cura {...tano} y sus proezas. {Gran ironía de Dios: Christofer Reeve, el famoso actor que lo personificaba en las películas, se cayó de caballo quedando cuadripléjico, y “superman” anda en silla de ruedas; como este otro “campión” que les está escribiendo, y que “bajó” de su 45 caballos enduro. ¡Uh!, me salió una “sátira”, pido perdón y me la llevo de vuelta. -N. del R.} El hombre que en la profesión religiosa, de humilde fraile menor capuchino, vivió la vocación de “Padre Pío” -el único sacerdote que llevó las estigmas 50 años seguidos, y hay solamente otros dos estigmatizados- se llamaba Francisco Forgione; nació el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina, provincia de Benevento, Italia.
   Clark Kent -alias Superman- es presentado como hijo de extraterrestres y dotado de poderes sobrehumanos, mientras que Francisco Forgione -alias Padre Pío- era un pastorcito hijo de pobre gente de Italia del Sur; hasta su padre tuvo que vivir como emigrante en Estados Unidos para pagarles los estudios religiosos. No les hablaré de sus respectivos crecimientos sino de cómo se presentaron al mundo en sus “ministerios”.
   Superman rehuye de los exámenes médicos para esconder su naturaleza extraterrestre, Padre Pío es enviado a exámenes médicos para intentar negar -o más bien comprobar- el origen sobrenatural de sus estigmas. En una tarde de septiembre del año 1911 le aparece, en el medio de cada mano, una mancha cárdena {...en sus manos había “cardenales”, sin embargo nunca logró ser “cardenal”... ¡Epa!, otra satirita; sepan disculpar - N. del R.} acompañada de un dolor fuerte y agudo; también bajo los pies sintió un poco de dolor. Esto confesaba con mucha vergüenza y pidiendo explicaciones a su Padre confesor. En octubre de 1918 aparecen las llagas sangrientas en las manos, los pies y el costado de Padre Pío; de las cuales los médicos que lo examinaron no pudieron encontrar explicación. Padre Pío, a pesar de sus pérdidas de sangre -una tacita de té por día- por las estigmas, vivía alimentándose sólo del cuerpo de Cristo, la Hostia en la Santísima Eucaristía y de la palabra de Dios; si bien lo obligaban a ingerir unas cien calorías diarias en alimentos. Una persona común y corriente cuando supera los 42 grados centígrados de fiebre, se muere, Padre Pío tenía accesos de fiebre de hasta 48 grados centígrados. Solamente a su muerte -en septiembre de 1968- desaparecen las llagas, con ausencia extra natural de cualquier cicatriz; su cuerpo se mostraba como una maravillosa semilla de la resurrección.
   Superman intuye las cosas, Padre Pío las ve de antemano y las profetiza; al imponer las manos para curar el tobillo del cardenal Karol Woytila -luego Juan Pablo II- le dijo: “Tu sufrimiento no es nada contra aquél que sentirás cuando tus vestimentas blancas se tiñeran de sangre”; profetizando el atentado que el futuro Papa sufrirá en Roma el aniversario de Fátima.
   Mientras que la vista de rayos X de Superman le permite ver los malvados y sus maniobras criminales a través de las paredes, la visión espiritual de Padre Pío escudriña las intenciones y los pecados que albergan en los corazones de los fieles que se le acercan y concurren innumerables a su confesionario; donde celebraba más de 400 confesiones diarias.
   En cuanto que Superman, para el avión en vuelo del Dr. Octopus con su fuerza sobrehumana (de origen extraterrestre), una vez durante la segunda guerra mundial el humilde fraile (gracias al poder sobrenatural de estar presente en dos lugares al mismo tiempo, que Dios otorgó a Padre Pío) por el carisma de bilocación, echa por atrás una escuadrilla de aviones norteamericanos que venían a bombardear Roma y el Vaticano (entonces Italia era aliada de Hitler); gesticulando a los pilotos, suspendido en el aire a miles de metros de altura con su larga sotana negra. A los pilotos -por temor a Dios- no le quedó otra que volver a la base, y los de allí no pudieron hacer otra cosa que creerles; ya que no podían haberse vueltos locos -de golpe- todos juntos y al mismo tiempo {...no esperen encontrar citado en los libros de historia a este hecho que ridiculiza la U.S.A.F. -ahora estos hijos de la” Gran Babilonia” han utilizado proyectiles al uranio empobrecido en Bosnia causando muertes por cáncer y leucemia, inducidas por la radiactividad, aún entre los cascos azules de la ONU.- N. del R.}. ¡Ah! Un detalle importante, Superman despegaba hacia arriba -no poseyendo el don de la bilocación-, y no como los demoníacos Pokemon (Pocket monsters = monstruos de bolsillo) que, al ser imitados por un niño italiano hicieron así que se estrellara contra el suelo, lanzándose del 4° piso (aconteció en Italia el año pasado).
   El periodista Clark Kent, detrás de lo cual se oculta Superman, viaja por el mundo investigando los hechos noticiosos que les gustan a la gente. Padre Pío, desde su celda, exhorta a los peregrinos: “¡Sean alabados Jesús y María!. Guardémonos de un defecto que destruye la caridad, ¿sabéis cuál es?, la curiosidad. El apóstol (Pablo) decía: No quiero saber otra cosa sino Jesús, y Jesús crucificado. Por tanto, ocupémosnos seriamente de nosotros mismos, porque la curiosidad es un defecto que destruye sobre todo la caridad. Nos hace perder la paz con nosotros mismos, rompe los vínculos de la caridad con el prójimo, y las consecuencias, cada uno las puede medir. Pues, quien más o quien menos, todos hemos asistido en nuestras vidas a las tristes consecuencias de la curiosidad. Por esto no queremos saber de otra cosa, sino de Jesús y de Jesús crucificado; todo lo demás no debe importanos en absoluto. Sólo una cosa debe interesarnos, preocuparnos de nuestra santificación y de nuestro prójimo. Todo lo demás, como si no existiera en absoluto para nosotros...”