Una noche, un hombre vino a nuestra casa para decirme que una familia hindú con ocho hijos llevaba varios días sin probar bocado. No tenían nada que comer.
Tomé una porción suficiente de arroz y me dirigí a su casa. Pude ver sus caras de hambre, a los niños con sus ojos desencajados. Difícilmente hubiera podido imaginar visión más impresionante.
La madre tomó el arroz de mis manos, lo dividió en dos mitades y se fue. Cuando unos instantes después estuvo de regreso, le pregunté: -¿A dónde ha ido? ¿Qué ha hecho?. Me contestó: -También ellos tienen hambre. “Ellos” eran la familia de al lado: una familia musulmana con el mismo número de hijos que alimentar y que también carecían por completo de comida.
Aquella madre estaba al tanto de la situación. Tuvo el coraje y el amor de compartir su escasa porción de arroz con los otros. A pesar de las condiciones en que se encontraba, creo que se sintió muy feliz de compartir con sus vecinos algo de lo que yo le había llevado. Para no privarla de su felicidad, aquella noche no le llevé más arroz. Lo hice al día siguiente.

Amar
Cuanto menos tenemos, más damos.
Parece absurdo, pero ésta es la lógica del amor.


La enfermedad mas grande que padece el mundo es la falta de amor.

Cuando una joven señora de la alta sociedad opta por ponerse al servicio de los pobres, se produce una auténtica revolución, la mayor de todas, la más difícil: la revolución del amor.

¿Dónde empieza el amor? En nuestros propios hogares. ¿Cuándo empieza? Cuando oramos juntos. La familia que reza unida permanece unida.

Mirando la Cruz podemos comprobar cuánto nos amó Jesús.

No tengáis miedo de amar hasta que os cueste sacrificio, hasta que os duela. El amor de Jesús por nosotros lo llevó hasta la muerte.

El amor de los pobres más pobres viendo en ellos a Jesús mantendrá limpios nuestros corazones.

Servir a los pobres
Decimos que amamos a Dios, a Cristo... ¿Cómo lo amamos? No hay mejor manera de hacerlo que prestar servicio amoroso y gratuito a los pobres más pobres.

Dios no ha creado pobreza. La hemos creado nosotros con nuestro egoísmo.

Ya lo sé: hay millones y millones de pobres.
Yo pienso en uno a la vez.
Jesús no es más que uno.
Nosotros nos ocupamos de las personas individualmente.
A los hombres no se los puede salvar más que de uno en uno. No presto atención a las estadísticas.
Lo que importa son las personas.
Yo me fijo en una persona a la vez. Sólo hay uno: Jesús.

A veces, cuando tropiezo con padres egoístas, digo:
“Es posible que estos padres estén preocupados por los que pasan hambre en África, en la India o en otros países del Tercer Mundo. Es posible que sueñen con que el hambre desaparezca. Sin embargo viven descuidados de sus propios hijos, de que hay pobreza y hambre de naturaleza diferente en sus propias familias. Es más: son ellos quienes causan tal hambre y tal pobreza”.